LA REENCARNACIÓN
(Conceptos elementales)
Lejos de pensar que se trata de una simple creencia, la idea de la Reencarnación es un patrimonio ancestral, un recuerdo de la humanidad, una evidencia instintiva. En todos los pueblos de la antigüedad, desde la más remota hasta la histórica, era algo que los padres enseñaban a los hijos, y luego en detalle, los Sabios a todo el pueblo. Estos pueblos lo sentían así, interiormente y en muchos individuos florecían recuerdos de pasadas encarnaciones.
Pero a medida que la ley de los ciclos, que impera en toda la Naturaleza y de la cual la Reencarnación es una de sus múltiples resultantes, fue precipitando esta edad negra espiritual, los hombres se sumieron en el materialismo, y las necesidades de la vida ahogaron la capacidad filosófica del hombre común. En Oriente, esta enseñanza se fue transformando para las masas, en un cúmulo de creencias supersticiosas, en la que se pretendía hacer reencarnar a los hombres en animales y vegetales. En Occidente fue olvidada casi por completo, siendo en algunos casos, un conocimiento proscrito para todas las creencias Hebreo-Cristianas y Musulmanas. Este innatural estado de cosas forzó a sus sacerdotes a prometer inmerecidos premios y absurdos castigos a sus respectivos fieles e infieles, lo que las ha llevado tras algunos siglos de vida, al actual proceso de pérdida progresiva de credibilidad.
Tras las huellas de Troya (2da Parte)
Entre los hombres a quienes las Diosas Fama y Fortuna halagan, podemos diferenciar dos géneros: unos que simplemente se hacen a la mar sin saber exactamente a qué puerto arribarán; otros ponen proa mar adentro dispuestos a conquistar su destino. A los primeros la fortuna les sale al paso, pero a los segundos les ocurre algo singular: el corazón presiente la gloria y su imaginación dibuja la meta, entre mareas y tormentas. Heinrich Schlieman pertenece al segundo género de hombres.
Desde Grecia se dirigió a la región de Tróade (hoy territorio turco) donde vagamente se suponía que pudo haber existido la “bien murada Ilión” (1). La única pista a seguir, era la descripción que de la zona hacía el canto número XXII de la Ilíada: “…allí brotan dos fuentes gorgojeantes de las que nacen dos riachuelos afluentes del turbulento Escamandro. De una mana siempre agua caliente, como humo del fuego ardiente; la otra está siempre fría como el granizo, incluso en verano o invierno, arrastra trozos helados…”. Lo sorprendente era que, con ayuda de un guía, Schlieman descubrió la existencia de casi cuarenta pequeñas fuentes con las mismas características. Concluyó que en aquella zona no pudo haberse situado la ciudad legendaria de Troya. Además estaba a tres horas de la costa, y no le pareció lógico que los aqueos recorrieran semejante distancia desde donde se hallaban sus veloces naves hasta la muralla de la ciudad sitiada.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)